sábado, 15 de septiembre de 2018

Cartas 1 y 2, Parresía, Populismo y Academicismo

¿Verdad o Consecuencia?
Por Magdalena Reyes Puig

“Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma” (Jeremías, 6:16). 

La prédica del profeta hebreo, como todas las grandes intuiciones e ideas, rebosa de pertinencia y actualidad. Un ejemplo de esas sendas fueron las recorridas en la antigüedad griega por los padres fundadores de nuestra cultura occidental. Michel Foucault, para citar un caso célebre, abrazó este consejo dedicando los últimos años de su vida al estudio de la filosofía antigua –especialmente a los filósofos helenistas- en busca de las diversas prácticas que hacen a una buena vida. Sus dos últimos cursos dictados en el Collège de France –“El gobierno de sí y de los otros” y “El coraje de la verdad”, dos auténticas maravillas- son fruto de esta pesquisa. En éstos seminarios Foucault reflexiona y analiza la noción de parresía, que era para los antiguos una cualidad, un deber y una técnica, imprescindible para todos aquellas personas dedicadas al cuidado de los demás. Como guías en el proceso de autoconocimiento y construcción de conciencias, padres, maestros y gobernantes debían cultivar y valerse de la libertad de palabra que habilita al “hablar franco”, y llevarlo a la práctica. “Uno no puede cuidar de sí mismo sin tener relación con el otro. Y el papel de ese otro consiste en decir la verdad.” Aquejados por la humana tendencia a la philautía (amor propio), todos necesitamos un parresiastés que propicie un auténtico autoconocimiento posibilitando así, una genuina auto superación. 
En una reciente conferencia a la que asistí, se mencionó el caso de Claudio “el Turco” García, un ex futbolista argentino que logró vencer su adicción a las drogas luego de contemplarse a sí mismo en una filmación registrada por una cámara que él mismo colocó en su casa. Su philautía le impedía ver la lamentable condición a la que era conducido por el consumo de cocaína, y la cámara ofició de parresiastés para facilitarle el camino hacia una mayor autoconciencia y dominio de sí.

La parresía como práctica se cultiva en tierra fertilizada con el valor de la verdad. Pero no en el sentido de certezas trascendentes o absolutas, sino de la honestidad y franqueza espiritual. Así, incluso en el contexto de un relativismo epistemológico y moral, el parresiastés puede argumentar su perspectiva ofreciendo un fallo legítimo y auténtico. Una mirada que nos permita salir de ese círculo vicioso en el que nos encierra el amor propio y las creencias acríticas en las que, parafraseando a Ortega y Gasset, estamos pero no poseemos. Sin embargo, en la era de la llamada posverdad deslumbra la retórica que busca la aprobación mediante la persuasión, mientras la cualidad del “decir veraz” brilla por su ausencia. Así, entretanto Byung Chul Han diagnostica una sociedad de individuos sumergidos en un narcisismo inhabilitante, los populismos florecen en terrenos donde las personas aplauden discursos que “confirman” sus creencias autocomplacientes y limitadas. La Organización Mundial de la Salud declaró a la depresión como la pandemia del siglo XXI: Galeno desde el siglo II diría que es la patologización de la philautía.    

Los análisis acerca del populismo son abundantes, tanto en el ámbito de la filosofía como de las ciencias políticas. Sabemos que es una estrategia versátil que se puede aplicar en las más variadas ideologías y orientaciones políticas. Sin embargo, hay una característica siempre presente en toda maniobra populista: el discurso dicotómico donde el bien es representado por la opinión popular, mientras el mal está encarnado en toda aquella persona, idea o postura que se presente como alternativa. La falacia del falso dilema se ha instalado en la arenga política, y pasa desapercibida entre ensordecedores aplausos que celebran el regocijo inmediato y la constricción intelectual. 
Hay una anécdota de Diógenes el Cínico que cuenta que estaba en la plaza pública hablando seriamente de temas importantes pero nadie lo escuchaba. Entonces interrumpió su discurso y empezó a silbar como un pájaro, y no pasó mucho tiempo para que la gente se congregara curiosa a su alrededor. Así fue como el filósofo que vivía en una tinaja y buscaba “hombre honestos” insultó a los que lo rodeaban diciéndoles que se prestaban a “escuchar tonterías pero que, en cuanto a las cosas serias, apenas se apresuraban”. La sentencia de Borges, “la estupidez es popular” no es ninguna novedad. Sin embargo, a años luz del ágora ateniense, nuestras plazas públicas agonizan famélicas entre tanto pan y circo, mientras Diógenes, Sócrates, Séneca o Epicteto duermen en anaqueles y bibliotecas empolvadas.  
De cara a las variadas curas sugeridas para paliar el mal del populismo, los antiguos nos muestran el camino de la parresía. La senda de aquel a quien Foucault denominó “héroe filosófico”: no ya el filósofo rey de Platón, sino quienquiera que haga de la verdad un valor, para buscarla y expresarla a través de su forma de ser y existir en el mundo. El auge del fenómeno de la posverdad deviene de y alimenta a la estrategia populista. Si la verdad no importa, ¿qué sentido tiene examinarla? Y así nos encontramos más y más atrapados en las redes de un despotismo blando, alienante y frívolo. La verdad nos libera, y la dicotomía “verdad o felicidad” es tan solo un falso dilema más. 



Respuesta de Leslie Ford, del Trinity College, a Magdalena

LOS TRINOS DE LOS PÁJAROS Y LA ACADEMIA

Estimada Profesora,
Leí con sumo placer su artículo, sobre la Parresía en Michel de Foucault y su relación con los populismos. Conozco el suficiente castellano como para leerlo, pero le contesto en inglés, ya que no sabría expresarme adecuadamente en ninguna otra lengua.
A modo de Πρόλογος, permítame unas palabras de humanidad, antes de incurrir en el feo pecado de aburrirla  con mis comentarios sobre su artículo. 
Supongo que tendrá usted curiosidad por saber, entre otras cosas, porqué leo diarios uruguayos en internet. Puedo decirle esto:
En noviembre de 1986, Montevideo fue una de las etapas de mi luna de miel. Puede sonar extraña esa elección -no tanto ahora, pero indudablemente sí en 1986. La razón es que un muy cercano amigo de mi abuelo (en realidad ambos eran maestros de escuela en Shirley, Southampton), de nombre George Reader, fue el referí de la final del mundo entre Brasil y Uruguay en 1950. Durante muchos años, desde niño, escuché al Sr. Reader narrar el famoso incidente con Obdulio Varela, en el minuto 47 del partido. Y desde entonces, alimenté la ilusión de conocer a Obdulio algún día. 
Cuando en 1986 me casé, viajé e su país, e hice allí las búsquedas pertinentes (todo fue en realidad muy sencillo, gracias a la inestimable ayuda de nuestra embajada). Al final, una tarde, me senté a esperar, junto a mi joven mujer, en unas escaleras de granito rosado, mirando a distancia de varias yardas, a un Obdulio de 70 años jugar a las “bochas”. Transcurrió quizás una hora. Casi de noche, el juego concluyó y me acerqué a saludarlo. No encontré las palabras que había cuidadosamente ensayado. Él no pareció sorprendido (ni muy interesado, he de decir). Me dio la mano, y luego hizo conmigo lo que había hecho 36 años antes con el Sr. Reader: me habló en su propio idioma. Aún recuerdo el sonido de aquellas palabras que no entendí. Se marchó en compañía de un amigo, se subió a un bus, y así el transporte público de Montevideo lo ocultó de mi vista -como las nubes, en la ascensión, ocultaron a Cristo- y lo devolvió al misterio de donde nunca debí intentar llamarlo.
Me parece que no estará usted de acuerdo conmigo en que aquello pudo ser un acontecimiento filosófico. Al menos no en los términos de su anécdota sobre Diógenes el Cínico, que “estaba en la plaza pública hablando seriamente de temas importantes, pero nadie lo escuchaba”, y ganó a su auditorio cuando “interrumpió su discurso y empezó a silbar como un pájaro”. Esto enojó mucho a Diógenes y me parece que también a usted, ya que remata su párrafo diciendo que “nuestras plazas públicas agonizan famélicas entre tanto pan y circo, mientras Diógenes, Sócrates, Séneca o Epícteto duermen en anaqueles y bibliotecas empolvadas”. 
Su argumento es atractivo. Pero me pregunto si lo que añora usted ahí es la sabiduría (que vive en Diógenes, Sócrates, Séneca o Epícteto), o la existencia de un auditorio más amplio para los “discursos serios” propios de la academia. 
Después de años dedicados a la lectura de algunos filósofos (pero no de otros), he llegado a preguntarme qué tiene que ver la Filosofía con ciertas formulaciones “serias”, con ciertos debates académicos y con ciertas expresiones que se contienen en las obras de ciertos filósofos. Coincido con Popper cuando denuncia en Hegel “ese escolasticismo verboso y vacío que rezuma nuestra Filosofía contemporánea” .
No es que las formulaciones y las academias sean algo malo. Pero la sabiduría no es un fruto natural o necesario de los discursos “serios”, sino del amor y de la contemplación de la verdad. Que eso le suceda a veces también a algún filósofo “serio” es casi una casualidad estadística. Volviendo a los términos de la anécdota, creo que Diógenes el Cínico -a estas alturas una víctima indefensa antes mis ataques- se equivoca al no advertir que quizás los hombres necesitan, además de discursos serios, de algunos trinos de pájaro para llegar a la verdad.
No se alarme usted. Entiendo que la Filosofía “vive en una tradición” que ha creado sus propios alfabetos. Y que no toda simplificación es legítima, ni toda verdad cabe en un trino. Quizás podemos usted y yo estar de acuerdo en estas afirmaciones: que no todo trino de pájaro es pan y circo, aunque no todo trino de pájaro es sabiduría.
Terminaré un poco al modo de Martín Buber (que tampoco puede defenderse de mí):
 Mirar el mar. 
Quien conoce el mar ha sido sacado de su soledad por esa presencia (el mar) que él no puede darse a sí mismo. Si, en vez de mirar el mar, su mente se ocupara en las leyes de la óptica que le permiten mirar el mar, quizás estaría dejando de mirar el mar. Y perdería su presencia.
La sabiduría de la Filosofía se identifica más con la presencia del mar que con las leyes de la óptica. Aunque las leyes de la óptica sean indudablemente un tema “serio”, de lo que se trata es de conocer el mar.


Me despido de usted, querida Profesora. De usted que trabaja por mantener viva la Filosofía en la tierra de Obdulio Varela.

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